"La confesión de Carles Puigdemont, el miércoles,
—"esto se acabó, los nuestros nos han sacrificado" y "el plan de Moncloa
triunfa"— provocó un tsunami.
Porque este SMS no matizaba, sino contrariaba
frontalmente la proclama oficial que acaba de grabar en vídeo, después
de que el presidente del Parlament, Roger Torrent, aplazase (al menos)
su investidura: "Mis intenciones permanecen intactas. No hay otro
candidato posible ni otra combinación aritmética posible".
La distancia entre su convicción íntima —el final de
la escapada— y el postureo para la galería —sigo luchando— llegaba así a
un nivel de engaño cósmico.
El doble lenguaje se convertía en una tortura para
los catalanes, incluído alguno de sus íntimos de lista electoral, que
bajo secreto de confesión protestaba: "Nos nos dicen la verdad, nunca".
Frente a esta pirámide de cinismo, palidecía el
escaso coraje delos dirigentes de su partido, que pugnan en sordina por
jubilarlo pero en público se avienen a mostrarse secuestrados: "es
nuestro presidente legítimo, nuestro único candidato", pues su
milenarismo les atrajo miles de votos. (...)
Cierto que las trampas del lenguaje son frecuentes en política. Pero suelen limitarse al uso de la langue de bois, el parloteo irrelevante: decir poco sugiriendo algo sin comprometerse a nada.
Dos monstruos de la economía, el Nobel George Akerlof
y su colega Robert Shiller remiten el doble lenguaje a los "cazados en
eventos privados de recaudación de fondos expresando opiniones en
privado que eran altamente impopulares entre el votante común" (La economía de la manipulación, Deusto, 2016).
Mas acá, Puigdemont solo es el último, más espontaneo y torpe líder pujolista en este pecado. El pujolismo se estructuró en un catch-all party, partido atrápalotodo
—votable por todos, ricos y pobres, franquistas y resistentes,
catalanistas y separatistas— cimentados por una idea nacional. Por un
nacionaismo "poliédrico" (como lo bautizamos en Els catalans i el poder, EL PAIS-Aguilar, 1994).
Para armonizar tanta disparidad era útil emitir
mensajes de varias lecturas y ambigüedad calculada: tapaban las fisuras
internas. Durante décadas.
Así que multiplicaba los conceptos sucedáneos, las
perífrasis y los múltiples sentidos. Se ufanaba de contribuir a la
"gobernabilidad" española (cierto: completaba gobiernos en minoría);
aunque menos a su "gobernanza" (los plantaba cuando más penaban); y
siempre rechazó entrar en el "Gobierno", a diferencia de Francesc Cambó y
de Companys. El fundador colaboraba con "el Estado" —ese palabro
perifrástico—, pero se mostraba renuente a reconocerse como español.
Sus sucesores astutos
perfeccionaron la astucia: usaban "soberanía" para no molestar con
"independencia; "derecho a decidir" para evitar el inaplicable "derecho
de autodeterminación"; "queremos un Estado europeo" para no evocar la
"separación". Y hasta la televisión oficialse refería a los futbolistas
"estatales" para sortear adjetivarlos de "españoles", sobre todo si
marcaban goles.
Si algún crítico sospechaba (o escribía) del engaño, se le sobornaba o se les hacía el vacío. Era un quintacolumnista, botifler,
o más simple, "mal catalán". Para esta inquisición de bolsillo se
necesitaba el Poder, y no solo para aquietar las cuitas internas entre
sus distintas filiaciones.
Ahora el Poder indepe está
en el alero, posible pero vacante, probable pero sin riendas,
deshilachado entre Barcelona, Bruselas y la cárcel, ese horror.
Y en
ausencia de máquina repartidora de cargos y subvenciones, el doble
lenguaje suena más estrepitoso. Su carácter engañoso resulta una tortura
intelectual menos digerible. Más impresentable." (Xavier Vidal-Foch, El País, 03/02/18)
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