"(...) Ha pasado un siglo desde que Rosa Luxemburgo insistió con
acierto en la necesidad de evaluar de forma crítica todas las
reivindicaciones relacionadas con principios abstractos y utópicos, como
por ejemplo el principio de autodeterminación, en función del impacto
concreto que producen sobre las innumerables relaciones de poder tanto a
nivel nacional como internacional.
Sin embargo, las premonitorias
advertencias de Luxemburgo fueron silenciadas hace mucho por el triunfo
del marxismo-leninismo y por la influencia que este tuvo sobre los
planteamientos y horizontes de tantas luchas anticoloniales.
Cuando ya ha pasado casi una generación desde la
desaparición del comunismo de estado, y casi sesenta años desde la
transición entre colonialismo y neocolonialismo, ya va siendo hora de
que hagamos caso a los sabios consejos de la Rosa roja y sintonicemos
con los ideales revolucionarios internacionalistas de forma consistente.
El alcance mundial de los graves problemas que acucian a la humanidad y
amenazan su futuro mismo reclaman formas de resistencia coordinadas a
nivel mundial. (...)
Aun así, la “izquierda internacional” sigue estando
confundida y atada a dogmas vacíos sobre el principio de
autodeterminación que muy a menudo se mistifican en visiones y
divisiones del mundo social que están cosificadas, y además son
esencialistas y nacionalistas; y no se da cuenta de que estas visiones
casi nunca sirven para proporcionar análisis sobrios e “implacablemente
críticos” sobre la dinámica de las movilizaciones y contramovilizaciones
que guía determinadas luchas de poder, sobre todo los “proyectos de
identidad histórica, y que menos todavía sirven para explicar cómo esos
determinados proyectos y luchas de poder están relacionados con las
tendencias mundiales en general.
Basta con contemplar los ejemplos de Cataluña y Kurdistán,
que coparon los titulares de los últimos días y semanas, para ver cómo
estos dos referéndums de autodeterminación unilaterales y sumamente
polémicos, han reflejado, además de agravado, unas dinámicas
polarizadoras y una represión ya existentes en ambos casos. La discusión
de estos conflictos en los círculos de izquierda, sobre todo en lengua
inglesa, ha dejado mucho que desear.
En ambos casos, hasta los analistas más críticos tienden a
someterse al principio sagrado de autodeterminación, y tienden por
tanto a evitar evaluar las tácticas separatistas desde un punto de vista
“implacablemente crítico” con el impacto que tienen sobre las
innumerables relaciones de poder tanto nacionales como internacionales;
en ambos casos, las maquinaciones de las élites políticas se han
confundido y fusionado con la “voluntad del pueblo”; en ambos casos, se
habla de “los catalanes” y “los kurdos” como si fueran una entidad
uniforme; en ambos casos, se ignoraron las importantes diferencias y
divisiones en el seno, y sobre todo en el contorno, de estas cosificadas
“comunidades nacionales”, y se ignoran también la confrontación entre
proyectos de autodeterminación y las importantes diferencias y
divisiones en el seno de sus cosificados oponentes “nacionales”.
Pero
esos no son más que los traicioneros resultados que provoca la
cosificación del nacionalismo.
En el caso de Cataluña, las tácticas y estrategias del
partido explícitamente anticapitalista conocido como Candidatura
d’Unitat Popular (CUP) han recibido un gran apoyo. Es cierto que el
énfasis programático de la CUP por defender el feminismo, la ecología
social y la democracia directa son dignos de alabanza, pero ha existido
una cierta tendencia a sobreestimar su relativa fuerza dentro de las
filas separatistas, y cabe preguntarse si su fe dogmática en la fórmula
de “independencia nacional” es el mejor camino para romper con el
capitalismo.
Esta dogmática fórmula ha llevado a la CUP, como era de
esperar, a formar una coalición con fuerzas secesionistas cleptócratas y
burguesas, que quedó legitimada durante una asamblea interna que aprobó
su apoyo tras una milagrosa votación de 1515 contra 1515.
En ese
contexto, la CUP, posteriormente, se vio obligada a votar a favor de los
presupuestos autonómicos de austeridad de 2015. En consecuencia, la
insistencia de la CUP por proclamar de manera urgente la secesión
unilateral no ha tenido mucho éxito entre los habitantes del antiguo
cinturón industrial.
De hecho, demasiado poco se ha dicho acerca de los límites
del proyecto secesionista para atraer a más personas dentro de Cataluña
o del impacto que ha provocado sobre los términos generales de
oposición política en el resto de España.
Para empezar, como resaltó con
razón Antonio Santamaría, si observamos las tasas de participación de
los diferentes municipios, queda claro cuáles son los límites del
atractivo que despierta el proyecto secesionista entre las clases
trabajadoras de Cataluña.
Por ejemplo, en Santa Coloma de Gramanet, una
emblemática ciudad del cinturón industrial, la tasa de participación en
el referéndum fue inferior al 18% del censo electoral, mientras que en
la emblemática y rica ciudad de Sant Cugat del Vallès, en cambio, la
tasa de participación superó el 54%.
Para colmo, la polarización en torno a la “cuestión
nacional” ha servido para legitimar las políticas de austeridad y para
que los corruptos y demagogos políticos a ambos lados del Ebro sigan sin
asumir su responsabilidad.
Asimismo, también ha servido para cambiar el
planteamiento del debate que los indignados obligaron a incluir en la
agenda política, según el cual el principal antagonismo respondía a una
cuestión de clases, a una lucha entre los que tienen y los que no, en
lugar de representar un conflicto entre territorios o una lucha entre
“naciones”.
Si tenemos en cuenta la particular constelación de
relaciones sociales que existen en la península ibérica, es muy difícil
que una lucha que se enmarca principalmente en términos “nacionales”, no
termine dividiendo y venciendo, como ya ha sucedido, a las clases
trabajadoras no solo de Cataluña, sino también, y quizá más, a las del
resto de España.
Si consideramos el saldo final tanto de la fuerza legal
como de la fuerza bruta, veremos que la independencia unilateral de
Cataluña es poco menos que un sueño inalcanzable; ya que siempre será
necesario llevar a cabo algún tipo de negociación con las fuerzas
políticas de Madrid si la empresa separatista quiere tener éxito.
En ese
sentido, la orientación ideológica del bloque hegemónico nacional con
el que los potenciales separatistas tendrán que negociar es ligeramente
relevante. De ahí que, aunque solo fuera por una cuestión de interés
propio, cabría esperar que el bloque separatista estuviera trabajando
para reforzar las perspectivas y la voz de la izquierda española en su
conjunto. Pero, en cambio, sus tácticas separatistas unilaterales han
acabado beneficiando a la derecha española.
Eso no significa que la izquierda española esté libre de culpa. El
“cretinismo parlamentario” y el oportunismo de Podemos, y, en menor
medida, de algunas de las plataformas municipales (por apropiarse,
usurpar y como poco desautorizar las exigencias de las bases y la lógica
de la democracia directa del movimiento indignado) han limitado sin
duda el atractivo y potencial de su proyecto antihegemónico de nueva
(nueva) izquierda y, en consecuencia, han contribuido a allanar el
camino para que el conflicto de clases sea sustituido por un conflicto
nacional, con visos de que la oposición se polarizará no a favor y en
contra de las políticas de austeridad, sino a favor y en contra del
conocido como procés. (...)"
(Thomas Jeffrey Miley es profesor de
Sociología Política en la Universidad de Cambridge. Es doctor en
Ciencias Políticas por la Universidad de Yale. Su investigación se
centra en los nacionalismos, las políticas lingüísticas, la inmigración y
la teoría democrática. CTXT, 06/12/17. Este texto está publicado en ROARmag.
No hay comentarios:
Publicar un comentario