18/10/17

¿Es posible que un millón (o medio) de fascistas barceloneses hayan salido de bajo las piedras como por ensalmo?

"(...) El domingo 8 de octubre vi las primeras banderas españolas en la Estación de Atocha, en la puerta del AVE. El maquinista del tren de las 6h20, un hombre de mediana edad nacido en Barcelona, aseguró estar “muy orgulloso de poderos llevar”, explicando con espontaneidad que al terminar su jornada laboral acudiría a la convocatoria.

 Las portadas de los periódicos que íbamos leyendo en el tren apenas concedían relevancia a la manifa catalana, centrándose en el “diálogo” y en las “miles de personas” que lo pedían. 

El primer barrunto de que ese domingo en Barcelona iba a ser una de las manifestaciones más multitudinarias de la historia de España me lo dio Guillermo Díaz, diputado de Ciudadanos por Málaga, ocupante del asiento contiguo en el tren AVE con destino a Sants. “Lo vamos a petar”, me aseguró con una sonrisa.

Al llegar tuve que tomar un taxi para llegar a la cita de las 10 de la mañana en la calle Pau Claris, esquina con Provenza. El taxista, barcelonés de origen extremeño con tupé a lo Loquillo, me dijo que “ya iba siendo hora” de que se celebrase una manifestación así en Barcelona.

 En el lugar previsto me encontré con un grupo de amigos catalanes o con fuertes lazos familiares en Cataluña. Entre ellos estaban Graciela Merigó, Mónica Merigó, Marta Guillermo y Luis Izquierdo que, como yo, tienen madre catalana, lo que nos convierte en charnegos a mucha honra. Agitando señeras y rojigualdas nos dirigimos andando por la Vía Layetana hacia la plaza Urquinaona, donde iba a arrancar a las 12 la cabecera de la manifestación. 

A ambos lados, por el paseo de Gracia y por Roger de Lauria bajaban en el mismo sentido que nosotros racimos de personas que nos saludaban agitando sus banderas y pancartas. A pesar de una densidad de personas por metro cuadrado que apenas permitía andar, no presencié un solo altercado o incidente en las cinco horas que pasé deambulando por Barcelona durante el 8 de octubre.



«Un grupo de franceses se nos acercó con una tricolor gala, gritando “Vive la Catalogne! Vive l’Espagne!”. En el hotel, una joven nos dijo: “Gracias, gracias por venir a Barcelona”»

¿Y quiénes asistieron a esta convocatoria que a las 5 de la tarde del domingo ya era descrita por la prensa como histórica, dado el millón de asistentes? ¿Era posible que un millón de fascistas barceloneses hubieran salido bajo las piedras del Barrio Gótico y del Ensanche como por ensalmo? 

Lo que vi en Barcelona fue un torrente de catalanes en un estado de felicidad casi sobrenatural, una muchedumbre sonriente y obnubilada como una Blanca Nieves que despierta de un letargo de treinta años. Lo que vi en Barcelona era un gentío catalán harto de llevar décadas manipulado y coaccionado en el trabajo, en el entorno social, en el ámbito familiar, en la comunidad de vecinos.

 Lo que vi en Barcelona fue la alegría incontenible de los vecinos que al abrir el balcón y sacar la bandera española junto a la señera, eran vitoreados desde la calle por miles de personas que gritaban “¡No estáis solos!”, “¡Tú sí que vales!” y “¡Visca España, Viva Cataluña!”. No había trampa ni cartón en la manifestación organizada por Societat Civil Catalana, cuyos abanicos con el logo de SCC eran el único recordatorio de la autoría de aquella exitosa convocatoria.

 En un bar del Carrer de Fontanella, un vecino orondo pedía las cañas con un megáfono a Patri, la dueña del local, y los clientes habituales iban pasando los vasos en cadena a los manifestantes de la calle. Hacía 30 grados, iba cayendo la tarde y Barcelona estaba bellísima cuando ya en ronda de Sant Pere un grupo de franceses se nos acercó con una tricolor gala, gritando “¡Vive la Catalogne! ¡Vive l’Espagne!”. 

En el hotel Omm, una joven con la mejilla tiznada de rojo y amarillo nos dijo, agarrándonos del brazo: “Gracias, gracias por venir a Barcelona”. En el AVE de vuelta, mirando las pintadas chillonas de las afueras de la gran ciudad, recordé el Qui tacet consentire videtur o “Quien calla parece consentir”, de Tomás Moro que, mudo ante el absolutismo de Enrique VIII, acabó decapitado. El silencio es una concesión que pocos se pueden permitir."

No hay comentarios: