"En la enésima escenificación del intento de ruptura de la convivencia
democrática puesta en marcha por los independentistas, el actual
entrenador del Manchester City, Josep Guardiola, vertió el pasado
domingo graves acusaciones sobre el supuesto carácter “autoritario” del
Estado español y sus políticas, que supuestamente reprimen los derechos y
las libertades de los catalanes.
Resulta descorazonador —pero seguramente revelador de la deriva adoptada por el llamado procés—
que una figura de referencia para millones de españoles en razón de sus
numerosos éxitos deportivos no entienda que una descalificación tan
grosera y carente de fundamento socava las bases de la convivencia entre
los ciudadanos de este país.
La Constitución española ampara la libertad de expresión.
También el derecho a concurrir a las urnas con un proyecto
independentista. De ahí que nadie dispute al señor Guardiola el derecho
de abrazar la causa independentista y de dedicar todas sus energías,
imagen y recursos a promoverla. Esa es la grandeza de la democracia.
Pero si bien las opiniones son libres y merecen el máximo
respeto, los hechos son sagrados. Resulta absurdo constatar obviedades,
pero en tiempos de posverdades y hechos alternativos no hay más remedio
que recordar a Guardiola que España es un Estado de derecho y una
democracia. Así lo certifican nuestras instituciones políticas,
tribunales de justicia y millones de españoles en el ejercicio diario de
sus derechos y libertades. También, todos los organismos,
multilaterales o independientes que en el mundo verifican esas
cuestiones.
El sorprendente relato de la existencia de un pueblo
oprimido en el corazón de la Europa democrática no es más que eso, un
relato que en ningún caso ha comprado ni va a comprar esa comunidad
internacional a la que el señor Guardiola pide ayuda.
Al contrario, si algo preocupa a esa comunidad internacional
es el proceso de secesión unilateral sin, precisamente, garantías
democráticas, que pretende culminar el señor Puigdemont y sus aliados
políticos.
Un proceso que, de consumarse, violaría los derechos de
millones de catalanes y supondría la abolición de las instituciones
democráticas catalanas (Parlament y Estatut). Ese Estado, señor
Guardiola, nacido de un acto de fuerza, sin mayoría y sin reglas
democráticas, sí que crearía un Estado autoritario, que nadie fuera de
nuestras fronteras podría reconocer.
Lo único que nos consuela de todo este proceso es que,
frente a la inmadurez política e infantilismo democrático de personas
como Guardiola, la sociedad española en su conjunto, catalanes
incluidos, estén dando enormes muestras de madurez, responsabilidad y
civismo. Porque se requiere mucha madurez democrática para soportar sin
inmutarse las acusaciones que día tras día vierten los independentistas
sobre el resto de los ciudadanos de este país, convirtiéndolos en
sospechosos de robar y oprimir.
La grandeza de la democracia, sin
embargo, está ahí: no nos vamos a dejar arrastrar a una espiral de odio.
No aceptaremos que los que quieren romper la convivencia logren
enfrentarnos a unos contra otros. Al contrario, seguiremos llamando a
trabajar para resolver juntos esta crisis y salir de ella con más unidad
y más democracia." (Editorial, El País, 12/06/17)
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