"La vertiente más sólida del independentismo es la
vivencia cotidiana que comparten muchos ciudadanos de Catalunya de que
su país no forma parte de España. No se trata únicamente de una
convicción o de un sentimiento.
Es que su día a día transcurre en un
entorno de vínculos personales, relaciones profesionales y hasta
trámites administrativos que se sustraen a la existencia de un Estado
constitucional de ámbito español en el que estaría incluido aquello que,
en términos materiales, les procura una sensación de soberanía plena:
el grado de autogobierno que disfrutan junto a todos los demás
catalanes.
Aunque hay una variante de esa vivencia que aún va más allá;
la que convierte la efervescencia independentista en una forma de vida.
Una forma de vida que invoca legitimidades y derechos, pero que no
atiende a razones de orden político en cuanto a la idoneidad del fin
propuesto, a la viabilidad de su realización, a las reglas de conducta
para alcanzar la meta, al propio sentido del referéndum y a las
condiciones de su escrutinio.
Entre la vivencia de no ser español y el
independentismo como forma de vida se ha erigido una fortaleza
aparentemente inexpugnable que sólo las diferencias entre sus moradores
parecerían capaces de echarla abajo.
Es el reino del mientras tanto, en una versión
quimérica del pragmatismo. Recurre a la creencia recreada a diario de
que hay un plan infalible, y si no ya se urdirá. De que una astucia sin
cuento será capaz de sortear obstáculos, burlando a enemigos externos e
internos hasta sacar a Catalunya del atolladero que imponen voluntades y
protocolos ajenos.
Mientras tanto se trata de no cejar en el empeño, de
mantener la caldera a temperatura de ebullición. Y nada más natural
para ello que vivir como si ya el país de los catalanes hubiese dejado
de ser español. Al fin y al cabo la vía de la identidad subjetiva es la
que conduce en menos tiempo a la vivencia independentista. Al
independentismo como forma de vida.
Una vez alcanzado ese estadio, poco
importa cuándo será el referéndum, o si lo habrá o no. Porque siempre
podrá echarse mano del sucedáneo de unas nuevas elecciones autonómicas
reivindicadas, otra vez, como plebiscitarias.
En el plano de la política convencional las cosas discurren en otros
términos. La caldera independentista continúa sin poner en ebullición ni
a la mitad de los catalanes. El cambio más tangible se está produciendo
en cuanto a la recomposición partidaria del mapa catalán; el Parlament
resultante de unas próximas elecciones se adivina tan distinto al actual
que la divisoria entre el independentismo y el no independentismo
importará bastante menos que ahora.
Pero no por ello la vivencia de una
soberanía plena conducirá necesariamente a un tiempo de frustración. La
plasticidad social será capaz de regresar al pragmatismo sin quimeras,
también entre los independentistas. (...)
Al mientras tanto de la vivencia independentista –tan envolvente, tan
interpelante– le sobra trascendencia y le falta laicidad. Le sobra la
quimera y le falta realismo… y una pizca de verdad. Necesita dejar de
hablar en nombre de todos mediante el enunciado del concepto nación como
algo que sólo puede hacerse realidad de una única manera.
No basta con
que espere a que los demás le ofrezcan alternativas a la ruptura con el
resto de España, que siente ya realizada. Es necesario que busque por sí
misma salidas de contraste con la pluralidad catalana y con los
intereses comunes a la España constitucional.
Entre otras razones porque
la vivencia independentista carece de la cohesión política necesaria
para hacer de la unilateralidad algo más que una inercia colectiva." (Mientras tanto, de Kepa Aulestia, La Vanguardia, en Caffe Reggio, 18/04/17)
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