"1- El discurso de Puigdemont, anunciando su
candidatura a las elecciones autonómicas del 12M es, básicamente, una
repetición. Pero, en tanto que repetición, está matizada por un hecho
importante que la singulariza: el contexto. No es lo mismo prometer algo
en 2017, que prometerlo en 2021, que prometerlo en 2024. O, como dijo
el gran poeta catalán Jaime Gil de Biedma, uno no se mete dos veces en
el mismo lío. ¿En qué lío se mete Puigdemont al repetir en 2024 lo ya
señalado en 2017 y 2021? ¿Es diferente de los líos anteriores? El
presente artículo intentará satisfacer esos interrogantes, analizando
ese discurso, sus repeticiones, sus matices. Su significado.
2- Puigdemont, fundamentalmente, anuncia su
candidatura a las elecciones. Por tercera vez en su biografía. Su
programa, su propuesta, su casi todo –es importante la partícula casi, que diferencia esta repetición de las anteriores– es la restitució –ese carlismo–, si bien en esta ocasión ya no se quiere restituir la Generalitat o el Govern, sino tan sólo la Presidència. Importante
matiz: Puigdemont, hoy, tan solo aspira a restituirse a sí mismo. Un
indicativo de que va por libre. Puigdemont observó, se diría, la
candidatura de Xavier Trias al Ajuntament de BCN, en la que Trias se
presentó como un fenómeno individual, fuera del campo semántico Junts.
Indepe, pero no tanto, autonomista, pero no tanto, usuario de la derecha
y abierto, pero no tanto. En BCN funcionó –muy velozmente, ojo– ese
primer intento oficial de resignificar Junts hacia la derecha, y olvidar
el rollo woke y la estética de pop-cristiano utilizada –y agotada, diría– durante una década. También
gustó de Trias, más aún, ese primer intento serio de reconvertir, ya de
manera explícita, lo indepe en el nuevo autonomismo, que posibilitó que
el abuelito, el padre y el hijo de centro-muy-derecha –tres estados de
ánimo indepe, que podrían haberse organizado en tres listas– votaran,
nuevamente, lo mismo. Importante: ese “lo mismo” emitió un estado de
ánimo sobre la inmigración muy parecido al de otras extremas derechas
europeas.
3- Es importante la negativa de Puigdemont a
presentarse a las elecciones europeas. Supone abandonar a) la base de
su sustento –algo novedoso; la historia del exilio de Puigdemont es
también la historia de la búsqueda de ingresos; tras algunos
experimentos, como el fallido Consell de la República, la estabilidad
llegó solo con el escaño en Bruselas, hoy rechazado–. Pero también, y no
menos importante, significa abandonar el b) principal asidero
institucional ante una extradición –recordemos que, una vez otorgado el
suplicatorio que pidió Llarena, solo gracias a su escaño Puigdemont ha
conseguido la libre circulación por toda Europa, salvo, claro, en el
país favorito de la Divina Providencia–. ¿Por qué lo hace entonces?
¿Para acentuar el valor de su apuesta catalana? Es posible. Pero es más
probable que esa decisión responda al hecho de que, ante el delito de
terrorismo –esa gracia de la AN, reída por el TS–, la casilla Parlamento
Europeo ha finalizado a corto plazo. No existe ya ese refugio. El
tercer acto del exilio de Puigdemont se desarrollará en Bélgica, si bien
intentando el juego institucional en Catalunya –con el cargo de
terrorismo sobre la chepa, tampoco será fácil–. Y tal vez sin ingresos.
Este tema, o no está calculado, o no está resuelto, o es un indicio de
que ya se considera que el margen de libertad de Puigdemont, tras la
apuesta del TS por el pack terrorismo, se está perfilando. Veremos.
4- ¿Eso significa que Puigdemont volverá? No está
claro. La ocasión para volver ya pasó. Fue en 2017. Y lo que no sucede a
tiempo, se pudre. Un amigo mío, que es fotógrafo de bodas, me explicó,
en ese sentido, que las peores fotos son cuando la boda transcurre
varios años después a cuando tenía sentido. Sobre la ocasión de oro para
volver, en 2017: un asesor, me dicen, dibujó una campaña electoral en
la que, emulando una campaña de Jean-Luc Mélenchon en Francia,
Puigdemont intervendría en mítines catalanes, sin moverse de Bruselas, a
través de hologramas. Como la Princesa Leia. En el mitin final, el
verdadero Puigdemont aparecería justo encima de su holograma. Hubiera
sido una locura. Tal vez una mayoría absoluta –entonces, el río/lío era
otro–. Pero no sucedió. Sencillamente porque el procés no era, ni es,
eso. Tiene otro carácter. Y, si es verdad que el carácter es el destino,
Puigdemont no volverá, tampoco en esta repetición. El anuncio de su
vuelta –importante: solo si hay opción de ser presi– es, más
posiblemente, un intento de presión sobre ERC. Y diría que esa presión a
ERC ya no es efectiva. Se ha roto, de tanto usarla.
5- Puigdemont habló del éxito –personal, incluso– de
sus pactos con el PSOE. Que valoró como triunfo sobre el Estado. Lo que
no es cierto, si vemos cómo las gasta el Estado en este tema. Lo que sí
es cierto es que el procesismo –o intento de negociar con el
Estado/Gobierno, desde el límite autonómico, a partir de la construcción
de un objeto con el que negociar–, solo se ha producido en la fase
exilio, con motivo de las negociaciones de la investidura de Sánchez.
Puigdemont, curiosamente, mezcló esos logros del exilio –amnistía,
oficialidad del catalán en el Congreso y la fugaz posibilidad de
oficialidad del catalán en la UE– con otros itinerarios absolutamente y
netamente autonómicos –el déficit fiscal, la baja ejecución de obra
pública del Estado; y así–. Otra vez lo indepe como nuevo autonomismo.
Otra vez reflejos de Trias. (...)
7- Me explicó un diputado veterano que, cuando un
desconocido Puigdemont accedió, de carambola, a la Presidència de la
Gene, en 2015, se presentó, en las visitas de los líderes de grupo del
Parlament a su despacho, de la siguiente manera. Les enseñó una portada
de El Alcázar –si usted aún no había nacido en los 80, por lo
que tampoco se chutaba caballo, se lo explico: era un/el diario de la
extrema derecha española del momento; muy pallá–. En esa
portada aparecía Puigdemont, muy joven, con una estelada. Con esa foto
antigua Pugidemont hacía dos cosas, supongo. La cosa a) era presentarse
como indepe antiguo –en los 80, no había tantos indepes; de manera
militante, más allá de ir por ahí cargando una bandera, un millar, me
dicen–. La cosa b) era explicar una identidad, que no un programa, que
no un itinerario, que no una voluntad. Un yo-soy-indepe, que no un
yo-tengo-un-programa-hacia-la-indepe. Se trata de un canto a la
identidad indepe, antes que a la indepe. Sí, suena raro. Denme crédito.
8- En su discurso, Pugidemont anunció,
fundamentalmente, eso último. La identidad indepe. Lo que, ojo, es una
llenapistas. La identidad indepe –sin programa, ni ganas, de indepe– es
lo que une al procesismo, esa cosa inexportable e incomprensible, que
entronca con un robusto torrente de votantes que procede del
postpujolismo, y que prefiere ser –indepe– que estar –indepe–.
Puigdemont ofrece, como ERC, una lista para la identidad indepe. Lo que,
a su vez, también es una repetición. La mayor y más lejana.
9- Y esto es una crisis importante, nunca vista, del
catalanismo. Ha muerto, ha finalizado como margen e itinerario, sin
ceder ese rol a un independentismo efectivo, con un programa, con una
idea efectiva de sociedad, que no existe, en tanto solo quiere querer
ser, ser identidad, ser una fotografía antigua. Estas crisis de
inteligencia tienen consecuencias en los países grandes. Imagínense en
los pequeños. " (Guillem Martínez , CTXT, 25/03/24)